El término medio de la escritura

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A pesar de su fama inveterada de racionalista, Aristóteles era un hombre sensato. No buscaba las virtudes humanas en lo más excelso, sino en el equilibrio: en ese punto en que la acción se aleja de los extremos. Pero ese “término medio”, como lo llamó, no podía ser preciso, pues el catálogo de las acciones de los hombres es tan variado que no lo permite. En cambio, el filósofo definió los extremos (pongamos: cobardía y temeridad, tacañería y despilfarro), y, aunque le dio un nombre, dejó que cada hombre encontrara, calculara, la mesura.

Algo así es la escritura de la literatura. Sabemos cuáles son los extremos. Digamos el descuido y el barroco. Lo banal y lo confuso. Pero hallar el punto medio de la obra es lo más difícil. Se trata de una habilidad que no opera por fórmulas, sino por aproximaciones. Tiene más de la intuición del cocinero (que es experiencia acumulada), del arquero que busca acertar en un blanco en movimiento, que de la exactitud de la ciencia.

Y algo más: Aristóteles no se engañaba. Sabía que, en ese ejercicio de calibración, somos más proclives al error, al mal, que al acierto…

Publicado por Carlos Andrés Jaramillo

Poeta, narrador y filósofo colombiano.

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